domingo, 6 de febrero de 2011

LA TV NOS CAZÓ A NOSOTROS



Quiz Show (El dilema), dirigida por Robert Redford en 1994, cuenta la historia de un tongo real en un famoso programa de la NBC en los años 60. Un concurso de preguntas y respuestas de audiencia millonaria, el “21”. El protagonista es Charles Van Doren, joven miembro de una prestigiosa familia norteamericana, hijo de escritor y profesor universitario. Aficionado a los concursos de la televisión, Charles se presenta a una prueba para un concurso sin importancia. Pero durante la prueba alguien se fija en él y le propone participar en el mismísimo “Twenty One”. No obstante, hay truco. Para superar al actual campeón, los responsables del programa le ofrecen proporcionarle previamente las preguntas. Charles se niega. Pero en el momento decisivo, en directo, le hacen las mismas preguntas que le habían hecho durante la prueba, y ya había demostrado saber. Duda unos instantes, pero al final responde y gana, sorprendentemente, al campeón que parecía destinado a romper todas las marcas.

Charles, más guapo y elegante que su predecesor, se gana rápidamente a las masas. Sus victorias en el concurso se suceden semana a semana, y al poco ya está en la portada de la revista Time. En la Universidad, donde por ahora es profesor adjunto, las alumnas se derriten por él. Todo el mundo le admira. Y él está encantado. Delante de su familia, se vanagloria del dinero ganado y del estímulo que supone su actuación televisiva para la juventud del país. “Todo sea por la educación”, parece decirse. Así se justifica a sí mismo, porque cada semana sabe de antemano las preguntas que tiene que contestar. Su padre es el único que pone todo esto en cuestión. No tiene televisión en casa, odia el maldito aparato. Por un momento parece como si se oliera lo que realmente ocurre. Una y otra vez le repite: “Lo importante es que todo esto no interfiera en tus clases”. Pero alrededor nadie presta atención a esas minucias. Quién iba a hacerlo ante quien en solo unas semanas, confiesa, ha ganado más de cien mil dólares. El padre abre mucho los ojos: esta cultura del éxito fácil y rápido le supera, le resulta incomprensible.

Es el conflicto entre dos generaciones. Una, para la que aún existían ciertos valores que ya entonces comenzaban a estar desfasados, una rémora, un peso muerto: la honradez, el esfuerzo, los principios, la autenticidad, la humildad. Tener la conciencia limpia. ¿Pero a quién le interesan estas cosas hoy en día? Quien pronuncie una sola de esas palabras será objeto de burla en cualquier parte. ¿Acaso hay algo aparte del dinero, el éxito, la fama? Esos son los únicos fines y los medios no importan. Y la televisión es el centro de todo eso, la esencia del mundo que hemos construido.

Cuando un joven abogado, miembro de un comité del Congreso y primero de su promoción en Harvard, comienza a investigar los concursos de televisión (“¿Y qué persigues tú?”, le pregunta alguien. Y lo que quiere es la gloria de acabar con la todopoderosa TV, pobre iluso), Charles decide abandonar. Falla adrede una pregunta. Pero ya es tarde. Aún no lo sabe, pero ha destruido su vida. En las escenas finales, durante el juicio, confiesa la verdad ante el mundo entero. Todos los que le admiraban le miran ahora con desprecio. Su padre, desencajado, le dice a la salida: “Lo importante es que vuelvas a las clases”. Pero el claustro está reunido, le van a retirar su cátedra. Lo ha perdido todo. La TV lo ha devorado. Tampoco el abogado consigue lo que pretendía, ni mucho menos. “Íbamos a cazar a la TV, pero la TV nos cazó a nosotros”, dice. Porque como siempre en estos casos, los peces gordos salen indemnes. Y al final flota la siguiente reflexión: ¿Qué más da? ¿Tan grave era? ¿No quiere entretenimiento la gente? Pues ahí lo tienes, y no preguntes más. No quieras saber demasiado.

1 comentario:

  1. La película enalaza bien con el libro que recomendó Jorge para la última tertulia, "En elogio de la verdad"

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