domingo, 30 de enero de 2011

EL “LUJO” DE HACER HUELGA Y LA MALDAD INTRÍNSECA DE TODO “PIQUETE”



Cuando infinidad de personas consideran que hacer huelga es “un lujo” solo al alcance de ciertos privilegiados (los que tienen el puesto asegurado porque no lo ponen en riesgo, o los que ganan lo suficiente como para permitirse el “lujo” de un día sin sueldo: un “lujo” porque la mayoría no puede hacerlo), hay que hacer verdaderos esfuerzos para volver a las raíces del asunto, y encontrarlas, mezcladas como están con toda clase de ideas emponzoñadas, falsos tópicos, organismos parasitarios instalados en nuestro cerebro con el disfraz de verdades, y en general toda clase de tergiversaciones y falacias.

Porque veamos, ¿no es la huelga el medio que, en los últimos siglos, emplearon millones de trabajadores de todo el mundo para conseguir unos derechos que hoy todos (T-O-D-O-S) los trabajadores disfrutamos? (Incluso los trabajadores que no se consideran a sí mismos trabajadores, se deben considerar por lo visto empresarios, jefes, ricos, potentados, gente poderosa, aunque en realidad sean trabajadores a nómina) ¿Consideraban los hombres, mujeres y niños explotados desde el comienzo de la revolución industrial, en las fábricas y las minas de entonces, que la huelga era “un lujo” para gente pudiente?

Claro está que, una vez más, son los medios de comunicación los que se han encargado de ensuciar y hasta criminalizar la imagen de todo aquel que en la España de hoy (imagino que así será en todo el mundo, a ver si ahora resulta que somos tan imaginativos que inventamos nuevas técnicas de control y sometimiento de las multitudes) se atreva a hacer una huelga defendiendo sus derechos. Porque además, dicen muchos, esos que hacen huelga deberían callarse la boca, permanecer bien quietos en sus sitios y dar gracias a Dios, porque, ¿será posible que se quejen, habiendo como hay tantísima gente que está peor que ellos? Tantísima gente que, por lo visto, no tiene intención por su parte de protestar jamás ni de defender ninguno de sus derechos. Claro está que no pueden permitirse ese lujo.

Así que cada vez que en España hay una huelga, los informativos se llenan de gente indignada porque llega tarde a trabajar (¡!), gente llorando porque no puede visitar a sus familias en las señaladas fechas navideñas (¿dónde está el sentimentalismo cada vez que, por ejemplo, un banco desaloja a una familia de su casa? ¿Se imaginan que las expropiaciones por impagos de hipotecas se retransmitiesen en directo? ¿Y por qué no lo hacen?, yo lo vería y me tragaría unos cuantos anuncios entre medias, aunque fuesen de la Fundación La Caixa, que tanto bien hace por la humanidad). Y siempre es la gente normal la que paga los platos rotos, por culpa de esos privilegiados que se permiten el lujo de hacer una huelga, como quien se toma unos días de vacaciones en la playa, ¡exigiendo mejoras todavía en sus condiciones de trabajo! A nadie, claro está, se le ocurriría nunca echar la culpa a una empresa, a una comunidad autónoma o al ministerio correspondiente.

¡Y qué decir de esos violentos piquetes, luchando por nuestros derechos, nuestros sueldos, nuestras pensiones, auténticos terroristas que no respetan la libertad (¿libertad?) de la gente de orden que sí quiere trabajar! ¡Qué vergüenza! Aunque tampoco me importaría ver un programa de esos de cámara oculta, donde pudiésemos ver a un empresario ejerciendo la violencia sobre sus trabajadores, amenazándoles con echarles si se atreven (¡qué osadía!) a hacer huelga al día siguiente. ¿Se imaginan? Pero una vez más, los programadores de televisión demuestran tener muy poca imaginación. O sea, que habrá que conformarse con las sempiternas imágenes de los malísimos, terroríficos piquetes quemando neumáticos y amenazando a sus compañeros.