lunes, 21 de febrero de 2011

EL PAÍS DEL MIEDO Y LOS CENTROS COMERCIALES



“El país del miedo” es el título de una magnífica novela de Isaac Rosa, al que hasta hace poco solo conocía como articulista del diario Público. Cuenta la historia de Carlos, un hombre de clase media, con buena posición, estudios universitarios y una cierta cultura y conciencia del mundo en el que vive, de sus mentiras y manipulaciones (entre ellas, el miedo como medio esencial de control del poder sobre nosotros), al que, sin embargo, atenazan precisamente el miedo y la cobardía, en particular desde que le sucede cierto hecho desagradable. Un día descubre que su hijo es víctima de agresiones y extorsión por un compañero del instituto. Pero por ese miedo que le bloquea, se mostrará incapaz de defender a su familia y poco a poco él mismo acabará siendo la víctima del niño.

El relato se alterna con interesantes reflexiones sobre el origen del miedo del personaje. Por su puesto, muchos de los miedos tienen un origen cultural. Y por concretar más, la mayoría nace de los mensajes de los medios de comunicación, atestados de crímenes, masacres, accidentes y peligros de toda clase, tanto en informativos como en programas de sucesos y narraciones de ficción (recuérdese el documental "Bowling for Columbine").

En una de esas reflexiones se habla de los centros comerciales, invento de los Estados Unidos como demuestra el increíble mal gusto con que generalmente están diseñados y decorados, que por supuesto ha sido exportado al parecer al mundo entero de un tiempo a esta parte. ¿Por qué? Pues no es una tontería preguntárselo, yo lo he hecho alguna que otra soleada mañana de domingo en que me he visto encerrado en el sombrío interior de uno de estos macroespacios (por cierto, lleno hasta los topes, eran fechas navideñas).

¿Tienen razón de ser los centros comerciales en un país como España, de clima suave? ¿O tiene al menos sentido que tengan éxito todo el año, que sean el recurso de los fines de semana para una gran parte de la población, sea como sea, haga buen o mal tiempo e incluso cuando a veces se va a no hacer nada, a no comprar nada, simplemente a mirar.

No hay que olvidar que el motivo por el que estos lugares nacen en EEUU es el miedo. Es una forma de salir sin salir: uno sale a la calle pero no la pisa ni un segundo, y así no se expone a sus peligros. Es una apariencia de calle ordenada donde no hay adolescentes sentados en bancos, mendigos, gentes de mala apariencia, y quizá ni siquiera molestos inmigrantes (mandemos a los perros policía a pedirles la documentación y a vejarles, por ejemplo, y así evitaremos el miedo que nos produce su inquietante presencia).

Así pues: uno quiere dar una vuelta, salgamos un rato. Pero el Estado no debe permitir que uno dé una vuelta sin más, ¿o es que acaso somos jipis melenudos y malolientes? ¿Qué beneficio saca el Estado un paseo nuestro por el campo? De modo que, cogemos el coche (así sí), nos dirigimos a un centro comercial, nos metemos en el parking (como suena, en inglés), después de ver la calle sólo a través del cristal y de respirar su aire (en todo caso contaminado, qué más da) a través de la rejilla del climatizador; y caminemos con el paso que imponen los escaparates. Luego nos comemos una hamburguesa, vemos una película de patadas de kárate y ya está. Ya hemos salido. Volvamos al coche.

¿Tiene sentido la existencia de centros comerciales en España? Desde luego que sí, porque el modelo es Estados Unidos. Y de hecho aquí ya vamos teniendo tanto miedo casi como ellos. Algún día (impagable en este sentido la abnegada tarea de medio como Antena 3, Telecinco o Telemadrid, ¡¡gracias!!) finalmente lo conseguiremos.

AL POR MAYOR (y III)



En el fondo, fue una de tantas. La última ha sido que ETA necesita a Zapatero y Zapatero necesita a ETA. En la línea de siempre. Porque una de las cosas que se suele achacar a Oreja es su inmovilismo. Dicho de otra manera: siempre dice lo mismo, de la misma manera, sobre el mismo tema, da igual que venga o no a cuento, que esté o no de actualidad, que sea 1990 0 2011.

De hecho, si uno teclea en google: “declaraciones de Mayor Oreja”, resulta muy curioso porque en casi todos los resultados (más de 40.000) las declaraciones son exactamente las mismas (el Gobierno y ETA están negociando porque son aliados potenciales, y por eso ETA va a ayudar al PSOE a ganar las próximas elecciones y el Gobierno va ayudar, a cambio, a ETA a cumplir sus objetivos). Y en los días siguientes, una avalancha de gente de otros partidos calificando dichas declaraciones como “miserables”, “infamia”, “mentira”, “inaceptables”, “disparate”, “desvergonzadas”… O de miembros del propio PP o de su entorno (incluyendo incluso a Savater), desmarcándose de ellas (es verdad también que algunos las respaldan, como Iturgáiz, o los periodistas de COPE u otros medios semejantes). Y luego, otra vez declaraciones de Oreja reafirmándose en lo dicho ante las críticas de unos y los desmarques de otros. En serio, hagan la prueba.

¿En que se basa Mayor para decir una y otra vez que ETA y el Gobierno están negociando, o han negociado, o van a negociar? Él suele decir que "hay hechos, síntomas, actitudes" (sic) que lo demuestran, sin más.

Todo esto nos lleva a una reflexión más profunda, y es que, a saber: A) hoy en día vale todo, uno puede decir cualquier cosa, la mayor barbaridad o la mayor estupidez (véase también el alcalde de Valladolid), que no pasa absolutamente nada. La sociedad es como un pez, no tiene memoria, no retiene nada, o lo que es peor, no atiende ni escucha nada. B) hoy en día cualquier puede llegar a cargos como el de ¡ministro de Interior!, no se pide a quienes ocupan cargos importantes en partidos o Gobiernos que posean especiales facultades (los ejemplos abundan) pero es que ni siquiera se les pide un mínimo de coherencia ni de sentido común.

Ya para terminar, como colofón o fin de fiesta, y pese a lo repetitivo del asunto, he encontrado un par de declaraciones que merece la pena destacar. La primera es suya; la segunda es de un ex diputado del PP.

LA VOZ DE GALICIA.ES, 14/10/2007¿Por qué voy a tener que condenar yo el franquismo si hubo muchas familias que lo vivieron con naturalidad y normalidad? En mi tierra vasca hubo unos mitos infinitos. Fue mucho peor la guerra que el franquismo. Algunos dicen que las persecuciones en los pueblos vascos fueron terribles, pero no debieron serlo tanto cuando todos los guardias civiles gallegos pedían ir al País Vasco. Era una situación de extraordinaria placidez. Dejemos las disquisiciones sobre el franquismo a los historiadores”.

E-NOTÍCIES, 24 / 03 / 2010. “El ex parlamentario del PPC Josep Curto ha dicho en declaraciones a El Día a la COM que el ex ministro y actual eurodiputado popular, Jaime Mayor Oreja, tiene "desequilibradas las facultades mentales" al decir que ETA y el presidente Zapatero continúan negociando y se ayudan mutuamente. Curto cree que "sólo con un desequilibrio de esta naturaleza se puede decir una barbaridad, una tontería tan grande como la que ha dicho. Es el típico caso de que si visita el psiquiatra le desequilibrará el presupuesto y su economía".

AL POR MAYOR (II)


El historial de declaraciones de Mayor merecería un blog entero. Qué digo un blog, toda una Facultad, una investigación exhaustiva que no tendría que envidiar a la recopilación del Romancero viejo de Menéndez Pidal, o a la que los hermanos Grimm hicieron de los cuentos tradicionales en Alemania. Aquí intentaré centrarme solo en una de ellas.

Yo he escuchado una mañana, probablemente en la Cope, en la época más fragorosa del Estatuto de Autonomía catalán, decir a Mayor que con su aprobación, desde ese momento el País Vasco era independiente, puesto que Cataluña ya lo era también de facto (curiosamente no decía nada de Murcia o Asturias). No he tenido constancia de que esta afirmación fuera luego recogida y comentada, nadie que conozca la oyó. Quizá se ha perdido para siempre, y con ella otras muchas. Quizá, me planteo ahora, lo soñé.

Veamos cuál es la lógica de este razonamiento:
A) Se aprueba el Estatuto de Cataluña. B) Cataluña es independiente. C) Como Cataluña es independiente, el País Vasco también lo es. D) Caos, destrucción, incendios, rotura de España, vendavales...

Analicemos brevemente.
El paso de "A" a "B": Como el Parlamento ha aprobado el nuevo Estatuto de Cataluña, esta comunidad pasa a ser independiente. Es decir: tenemos un nuevo Estado en Europa. El hecho de que no sea así, no impide obviamente que Mayor lo afirme.

Es el momento clave de la argumentación, porque sin esto no es posible todo lo demás. Pero parece claro que se asienta en bases falsas. Cataluña no es independiente por el hecho de que se haya aprobado una modificación del Estatuto de Autonomía. ¿Sería posible cualquier otra relación causa-efecto del estilo, por ejemplo: “Como se ha aprobado el Estatuto de Cataluña, las camas vuelan” o: “Los tejados son de papel”, o: “Los elefantes son de color rosa”? Desde luego. Si la primera es posible, también lo son las demás. Y nos parece que el locutor tampoco le interrumpiría para reconvenirle.

El paso de "B" a "C": Las intervenciones de Mayor en los medios acaban derivando siempre a su gran especialidad, ETA y el País Vasco. Así que, si Mayor ha dicho “B” es porque le interesa en su camino a “D” (España está destruida, y ETA contenta de ello). Y por medio, nos encontramos con “C”: el País Vasco ya es independiente.

Vaya, así que el País Vasco es independiente. Ocurre que nadie se había dado cuenta.

Esta derivación también es falsa. Podemos pensar que es menos falsa que la anterior, porque en este caso al menos existe algún tipo de relación entre las premisas. En efecto, si Cataluña proclamase su independencia, esto tendría algún tipo de efecto en Euskadi: peticiones, manifestaciones, etc. Pero en todo caso la relación que establece Mayor es falsa, porque la independencia de una no conllevaría automáticamente la de la otra.

De “C” a “D”. Aquí llegamos al elemento básico, la meta de todas las argumentaciones de Mayor, la conclusión permanente. Ahora bien, puesto que se parte de una premisa falsa, y de dos derivaciones o deducciones igualmente falsas, podríamos decir que la argumentación de Mayor no se diferencia en mucho de la siguiente:

A) Con la aprobación del Estatuto de Cataluña, los tejados son de papel. B) En consecuencia, las camas vuelan. C) Puesto que las camas vuelan, es indudable que los elefantes han adquirido el color rosa. D) Luego Zapatero ha roto España.

miércoles, 16 de febrero de 2011

AL POR MAYOR (I)


Dentro del Partido Popular hay personas singulares, que pueden causar cierta aversión en función de las ideas que uno tenga (es mi caso). Pero en mi opinión, nadie, nadie como la persona de la que me he propuesto hablar hoy.

Porque veamos. Sáez de Santamaría cae mal, pero sin exageración. Con Cospedal el nivel de irritación sube un poco, pero en el fondo uno sabe cumple con su papel y por eso dice las cosas que dice. Zaplana nos retrotrae a todo un mundo de recalificaciones y corrupción urbanística que ocupa Levante entero. Pero su piel permanentemente requemada y el aire jocoso de su mirada causa cierta hilaridad que suaviza la aversión. Reconozcámoslo, hasta podríamos irnos de cañas con él. Javier Arenas es una figura demasiado plomiza, siempre repitiendo dos veces todo, cada mensaje que quiere transmitirnos como si pensase que no somos capaces de retenerlo (y no es precisamente Kant). Rajoy (y creo no ser el único) produce hasta cierta simpatía. No puede ser de otro modo, alguien a quien Jiménez Losantos llama maricón tiene que caer bien. Gallardón nos deja fríos. De Ángel Acebes habría mucho que decir, pero en fin, da pereza... Cristóbal Montoro es una persona extravagante, no hay más que echar un vistazo a algunas de sus declaraciones. Pero tampoco suscita mucho interés. Camps es una especie de malo de película de serie B, en mi opinión no tiene más calado. Ricardo Costa es singular, no puede negarse, pero no deja de ser alguien anécdotico dentro del imaginario popular. Aguirre el problema que tiene es que nos ofusca, nos enfurece, y uno acaba perdiendo los papeles cuando habla de ella. Gritamos, nos salen espumarajos de la boca. Y esto habría que evitarlo en la medida de lo posible. Fraga pertenece no ya a otra época, sino a otro mundo. Y su imagen en Palomares forma ya parte del folclore popular. Y finalmente, Aznar. Aznar es una figura demasiado profunda, su nombre entronca con las raíces de lo peor de la Historia de España (esa explosiva mezcla de soberbia y complejos), hasta llegar a los Reyes Católicos. Digamos que su bigote es un símbolo. Pero sumergirnos en él nos agota. En cierto modo ya está todo dicho de ese personaje, aunque siga habiendo de vez en cuando réplicas del terremoto que supuso, en forma de terroríficas declaraciones.

Pero hay uno que sobresale del resto, un auténtico caso aparte. Un ser autónomo, que vive y piensa por su cuenta, que sigue un ritmo totalmente diferente al resto, no solo de su partido sino tal vez incluso del mundo entero. Con sus propias ideas y su propia concepción de la realidad.

Me refiero a Jaime Mayor Oreja. En su caso, la fascinación gana a todos los demás sentimientos. Sumergirnos en él no produce pereza, todo lo contrario. A uno le gustaría montarse en una especie de nave que, previa reducción del tamaño de nuestros cuerpos a seres microscópicos, nos permitiese viajar por su cerebro, y contemplar de primera mano qué clase de pensamientos lo animan.

Apuesto a que, cada vez que al despacho de Mariano Rajoy en Génova llega un informe con unas nuevas declaraciones de Mayor (las trae un subordinado cariacontecido, que llama quedamente a la puerta), se escucha una pequeña maldición, apenas un susurro porque Mariano es cuidadoso para esas cosas. Pero el gesto con las cejas y la mandíbula (una pequeña parte de su lengua asoma entre los labios contraídos) es inequívoco: está preocupado. Ese hombre es incorregible, seguro que ha vuelto a meter la pata.

Suena la puerta. Entra el encargado de traer los informes con las últimas declaraciones políticas aparecidas en los medios y sí, ahí están (quizá marcadas cada vez con un color específico, azul, o verde o violeta), hay declaraciones de Mayor. Y Rajoy se muerde un labio, en uno de sus gestos característicos, en que las cejas quedan un poco arqueadas y en los ojos aparece una expresión que está a medio camino entre la resignación, la duda, el desconcierto y el vacío más absoluto.

jueves, 10 de febrero de 2011

ESPERANDO UN FRENTE



Esta semana se ha hablado mucho de contaminación, y aunque como siempre ha sido de forma superficial y orientada a la pugna política entre PP y PSOE, el asunto no ha carecido de cierto interés.

Para empezar, precisamente el día en que las autoridades catalanas derogaban la limitación de los 80 km/hora en los accesos a Barcelona, (ya es casualidad) el nivel de contaminación era tan alto que tuvieron que posponerlo unos días. No puede negarse que esto pone un poco en cuestión la decisión de la Generalitat. Porque cabe preguntarse: ¿lo que según ustedes es bueno para todo el año, no lo es para hoy y mañana? Pero esto es más sonrojante porque, solo unos días antes, el portavoz del Gobierno catalán y el consejero de Interior habían asegurado que la limitación a 80 no servía para reducir la contaminación. Digno de Berlanga.

En Madrid la situación no es mucho mejor, a pesar de la reubicación que en su momento hizo Gallardón de las estaciones de medición a zonas menos contaminadas. Según Ecologistas en Acción, 21 de las 24 estaciones están desde enero de 2010 en zonas verdes o de poco tráfico. Portentosa idea (aunque ni siquiera es original, creo que ya se hizo algo parecido en Valencia; o incluso también con los criterios que sigue el Estado en la medida de la inflación o del paro), una manera muy española de acabar con los problemas. Lo único es que debió resultar un poco sospechoso que de pronto Madrid rebajase un 20% sus niveles de polución, cuando en apariencia no se habían tomado medidas drásticas para ello. ¿Un milagro? Sí, pero un milagro español. Esto no es ya de Berlanga, más bien es de Valle-Inclán.

Y mientras, seguimos a la espera de que la lluvia y el viento lleven las sustancias nocivas a otra parte (a los ríos, a la tierra, a otras capas de la atmósfera). De hecho, mientras escribo estas líneas, se habla de eso: de la ventilación que traerá el frente que llega estos días a la Península. La basura debajo de la alfombra. En realidad, esto no es algo español, sino humano.

Este tema de la contaminación me recuerda la siguiente historia. Dos extraterrestres recorren en una nave el universo, a la busca de huellas de vida inteligente en alguna galaxia. De pronto, a través del cristal frontal, divisan un objeto que girando sobre sí mismo se acerca lentamente a ellos. Intentando mantener la calma, manejando con la precisión acostumbrada el panel de instrumentos, logran atrapar el objeto haciendo salir y manejando las tenazas metálicas, y lo introducen dentro de la nave. Lo extraen de la campana de cristal y lo miran con detenimiento. Lo rodean. Es un objeto grande, pero muy sencillo, una especie de bidón. ¿Qué habrá dentro, algún tipo de mensaje, una obra de arte, alguna demostración de su capacidad técnica? Lo abren con paciencia y meticulosidad. El contenido es sorprendente. No es más que un montón heterogéneo de basura. ¿Qué es esto?, se pregunta uno de ellos. “Basura”, responde al fin el otro. “La civilización de la que proviene esto no es más que basura, no puede interesarnos”. El objeto, por si hace falta aclararlo, procedía de la Tierra, donde se habían iniciado ya el envío de grandes cantidades de basura (que colapsaban el planeta) al espacio exterior.

Pero antes de terminar este artículo me veo sorprendido por las declaraciones de Ana Botella, delegada de Medio Ambiente (¡!) de Madrid, que como siempre no tienen desperdicio: “Que le pregunten a ese 20% de parados si les preocupa la contaminación. El paro, eso sin duda asfixia más”. Pero esto ya no es de Berlanga ni de Valle, sino tal vez de Ionesco. O de Los Morancos...

domingo, 6 de febrero de 2011

LA TV NOS CAZÓ A NOSOTROS



Quiz Show (El dilema), dirigida por Robert Redford en 1994, cuenta la historia de un tongo real en un famoso programa de la NBC en los años 60. Un concurso de preguntas y respuestas de audiencia millonaria, el “21”. El protagonista es Charles Van Doren, joven miembro de una prestigiosa familia norteamericana, hijo de escritor y profesor universitario. Aficionado a los concursos de la televisión, Charles se presenta a una prueba para un concurso sin importancia. Pero durante la prueba alguien se fija en él y le propone participar en el mismísimo “Twenty One”. No obstante, hay truco. Para superar al actual campeón, los responsables del programa le ofrecen proporcionarle previamente las preguntas. Charles se niega. Pero en el momento decisivo, en directo, le hacen las mismas preguntas que le habían hecho durante la prueba, y ya había demostrado saber. Duda unos instantes, pero al final responde y gana, sorprendentemente, al campeón que parecía destinado a romper todas las marcas.

Charles, más guapo y elegante que su predecesor, se gana rápidamente a las masas. Sus victorias en el concurso se suceden semana a semana, y al poco ya está en la portada de la revista Time. En la Universidad, donde por ahora es profesor adjunto, las alumnas se derriten por él. Todo el mundo le admira. Y él está encantado. Delante de su familia, se vanagloria del dinero ganado y del estímulo que supone su actuación televisiva para la juventud del país. “Todo sea por la educación”, parece decirse. Así se justifica a sí mismo, porque cada semana sabe de antemano las preguntas que tiene que contestar. Su padre es el único que pone todo esto en cuestión. No tiene televisión en casa, odia el maldito aparato. Por un momento parece como si se oliera lo que realmente ocurre. Una y otra vez le repite: “Lo importante es que todo esto no interfiera en tus clases”. Pero alrededor nadie presta atención a esas minucias. Quién iba a hacerlo ante quien en solo unas semanas, confiesa, ha ganado más de cien mil dólares. El padre abre mucho los ojos: esta cultura del éxito fácil y rápido le supera, le resulta incomprensible.

Es el conflicto entre dos generaciones. Una, para la que aún existían ciertos valores que ya entonces comenzaban a estar desfasados, una rémora, un peso muerto: la honradez, el esfuerzo, los principios, la autenticidad, la humildad. Tener la conciencia limpia. ¿Pero a quién le interesan estas cosas hoy en día? Quien pronuncie una sola de esas palabras será objeto de burla en cualquier parte. ¿Acaso hay algo aparte del dinero, el éxito, la fama? Esos son los únicos fines y los medios no importan. Y la televisión es el centro de todo eso, la esencia del mundo que hemos construido.

Cuando un joven abogado, miembro de un comité del Congreso y primero de su promoción en Harvard, comienza a investigar los concursos de televisión (“¿Y qué persigues tú?”, le pregunta alguien. Y lo que quiere es la gloria de acabar con la todopoderosa TV, pobre iluso), Charles decide abandonar. Falla adrede una pregunta. Pero ya es tarde. Aún no lo sabe, pero ha destruido su vida. En las escenas finales, durante el juicio, confiesa la verdad ante el mundo entero. Todos los que le admiraban le miran ahora con desprecio. Su padre, desencajado, le dice a la salida: “Lo importante es que vuelvas a las clases”. Pero el claustro está reunido, le van a retirar su cátedra. Lo ha perdido todo. La TV lo ha devorado. Tampoco el abogado consigue lo que pretendía, ni mucho menos. “Íbamos a cazar a la TV, pero la TV nos cazó a nosotros”, dice. Porque como siempre en estos casos, los peces gordos salen indemnes. Y al final flota la siguiente reflexión: ¿Qué más da? ¿Tan grave era? ¿No quiere entretenimiento la gente? Pues ahí lo tienes, y no preguntes más. No quieras saber demasiado.